Nació un 27 de junio de 1774, en los polvorientos parajes de La Bebida, cuando San Juan aún era una pequeña villa entre acequias, higueras y caminos de tierra. Hija de Juana Irrazábal y Cornelio Albarracín, descendiente de una antigua familia española que había caído en la pobreza, Paula Zoila Albarracín creció en un hogar que se fue desmoronando junto con las finanzas familiares. Su padre, gravemente enfermo, la dejó huérfana a temprana edad, y desde entonces debió aprender a ser madre antes de serlo, criando a sus hermanos y enfrentando sola las inclemencias de la vida.

Según relata Juan Mariel Erostarbe en Historias de San Juan y sus familias (Editorial Cultural, 2015), “Paula Albarracín no solo sostenía un hogar, sino que construía un legado moral y educativo que su hijo, Domingo Faustino Sarmiento, llevaría luego a todo el país”. Esta perspectiva, basada en documentos del Archivo General de la Provincia, confirma el papel decisivo de Paula en la formación de los valores de su familia y en la educación de sus hijos.

2025-10-17 GOBIERNO: Paula Albarracin de Sarmiento

A los 23 años, con una voluntad tan firme como el suelo que pisaba, Paula decidió construir su propia casa en el Barrio El Carrascal, sobre la calle que hoy lleva el apellido de su hijo. Con la ayuda de dos esclavos prestados por sus familiares, levantó los muros de adobe y techos de caña que aún se conservan, resistentes incluso al terremoto de 1944. En ese solar crecía una higuera, bajo cuya sombra instaló su telar español. Allí nacía no solo el hogar familiar, sino también un símbolo de trabajo y esperanza.

De sus manos salían metros y metros de anascote, una tela de lana peinada, áspera y resistente, que vendía con la ayuda de su amiga Toribia, de sangre negra e indígena. Paula tejía unas doce varas por semana —unos diez metros—, comenzando al amanecer, con el sonido constante de la lanzadera marcando el ritmo del esfuerzo. Lo que obtenía por su labor lo invertía en pagar a los albañiles o en comprar materiales para seguir ampliando su casa.

50051327647_2eddef72f6_o

El 21 de diciembre de 1802, contrajo matrimonio con José Clemente Sarmiento, un joven arriero y luego capitán de milicias, de espíritu aventurero y largos silencios. Sarmiento describiría años más tarde a su padre como un hombre “de alma buena y manos callosas, que amaba los caminos más que los techos”, mientras que sobre su madre escribiría en su obra Vida de Nuestro Señor Jesucristo (Editorial Difusión, 1944):

“La madre es para el hombre la personificación de la providencia, es la tierra viviente que se adhiere al corazón, como las raíces a la tierra.”

De aquella unión nacieron catorce hijos, aunque solo cinco sobrevivieron: Procesa del Carmen, María del Rosario, Vicenta Bienvenida, Paula y Domingo Faustino, el niño curioso que, bajo la tutela de su madre, aprendería a leer, a pensar y a no resignarse jamás.

La figura paterna fue casi siempre ausente. José Clemente pasaba largas temporadas fuera de casa, primero como arriero y luego como capitán del Ejército de los Andes, bajo las órdenes de José de San Martín. Así, la vida cotidiana y la educación de los hijos quedaron en manos de Doña Paula, quien con aguja, hilo y oración sostuvo el hogar. Su casa era pequeña, con una parra, una huerta y algunos naranjos, pero su fortaleza era inmensa.

50050505988_7383bae110_o

En su libro Recuerdos de Provincia, Domingo F. Sarmiento retrató a su madre con una mezcla de devoción y admiración:

“Su alma y su conciencia estaban educadas con una elevación que la más alta ciencia no podría por sí sola producir jamás”.

Esa elevación moral, cimentada en la fe, el trabajo y la educación, fue la herencia más valiosa que Doña Paula transmitió a sus hijos. Con el paso de los años, la vista se le fue apagando, consecuencia de tantas horas frente al telar, pero nunca abandonó la tarea ni la esperanza.

Falleció el 21 de noviembre de 1861, a los 87 años, sin llegar a reencontrarse con su hijo, quien por entonces vivía en el exilio en Chile. En una carta posterior, el propio Sarmiento recordaría aquel vínculo con una ternura conmovedora:

“¡Bienaventurados los pobres que tal madre han tenido! Bienaventurado el hijo que supo agradecer, valorar y honrar a su madre.” (Carta de Sarmiento, Archivo Histórico y Administrativo, San Juan, 1862).

2025-10-17 GOBIERNO: Paula Albarracin de Sarmiento

El paso del tiempo no hizo más que agigantar su figura. En la casa que levantó con sus manos —hoy Museo y Casa Natal de Sarmiento— se respira aún el eco de su telar y el perfume de su higuera, símbolo de una raíz profunda que sigue viva.

Doña Paula Albarracín, como escribió Juan Mariel Erostarbe, fue “el pilar silencioso de la educación y la moral de los Sarmiento, ejemplo de trabajo, coraje y dedicación que trasciende generaciones” (Historias de San Juan y sus familias, 2015). Recordarla es, también, reconocer en ella a todas las madres que, desde la humildad, han tejido el futuro de este país.