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La increíble historia de los jóvenes que cambian su destino haciendo dulces en el Nazario Benavídez
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La increíble historia de los jóvenes que cambian su destino haciendo dulces en el Nazario Benavídez

En el corazón del Centro Socio Educativo Nazario Benavídez, jóvenes de entre 16 y 18 años llevan adelante una iniciativa que va más allá de la elaboración de alimentos: construyen proyectos de vida.

Bajo la órbita de la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia, este espacio se ha convertido en un verdadero taller educativo y humano. Los participantes no solo producen mermeladas, salsas y jugos naturales, sino que también aprenden sobre gestión administrativa, costos, comercialización, stock y otras herramientas fundamentales para la autonomía laboral y personal.

La premisa es clara: «Elaborar un dulce o una salsa no es solo una receta, es una oportunidad para aprender valores, convivir, trabajar en equipo y construir un proyecto de vida», destacan desde la institución.

Producción con impacto

Durante 2025, la planta productiva alcanzó cifras significativas:

  • 353 botellas de salsa de tomate
  • 144 frascos de mermeladas
  • 32 conservas y 21 litros de jugo natural

Estos productos, identificados bajo la marca “Nazareno”, se comercializan en ferias y puntos de venta institucionales. Lo recaudado no va a un fondo perdido, sino que se reinvierte en nuevos insumos y herramientas para mantener en marcha este engranaje de formación y contención.

Frascos con historia

“Cada frasco elaborado es mucho más que un producto: es una historia de superación, un paso hacia la reinserción y un motivo de orgullo para quienes lo crean con sus propias manos”, afirman desde el Ministerio de Familia y Desarrollo Humano.

El espacio no solo busca generar oportunidades laborales, sino ofrecer contención, educación y experiencias que preparen a los jóvenes para enfrentar el mundo con herramientas reales.

En tiempos donde el futuro muchas veces parece venir enlatado, el Nazareno Benavídez apuesta por abrirlo, condimentarlo a gusto y compartirlo. Porque si hay algo que aprendieron estos jóvenes es que el dulce no solo se cocina: también se construye.

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